Aquel viento mortal, en una torre florida

Aquel viento mortal, en una torre florida

Julia Wong

Acercamiento a la vida y obra de Han Su Yin.

Rosalie Matilda Kuangchu Chow, era el nombre en su partida de nacimiento. Su nombre de guerra y lápiz, el que esta escritora escogiera para retratar una China convulsionada, fue Han Suyin. A través de sus novelas y sus controvertidos artículos ella fue juez y parte. Aquel era un tiempo difícil, de grandes trasformaciones, donde el pulso de muerte y vinculación del enorme país con el resto del mundo, debido a la invasión japonesa y sobre todo por la presencia inglesa, significaron implicancias que determinaron la construcción de la China actual.

Su inspirador y bello rostro denota, en cualquier momento de su vida, una belleza e inteligencia que resaltan por la armonía y el sesgo de su porte tanto físico como espiritual. En Han Suyin, escritora de padre chino descendiente de Hakkas y madre belga, hay una conclusión de elementos que me invitan a pronunciar la palabra “gema preciosa “. Sin dudarlo, es la primera expresión que aparece en mi babel imaginaria: a  jewel. 宝石 (Bǎoshí) en chino.

Una gema tiene un proceso complicado de evolución en sus elementos y ha necesitado cortes y arduo trabajo hasta exponerla al mundo. La primera vez que leí a Han Suyin, caí rendida ante su lenguaje. The Crippled Tree fue el primer libro perteneciente a la trilogía autobiográfica de Suyin que tuve entre mis manos en inglés, cuyo contenido me fascinó.  Confirmé en ese 1988, en una buhardilla de Hong Kong, que la literatura te puede llevar a intensidades nunca pensadas, a viajes simbólicos, elevarte a cielos fabulosos que crees inexistentes y golpearte hasta causarte heridas invisibles pero latentes que nunca podrás curar.

Por primera vez, con Han Suyin me acerqué al tremendo monstruo en el que se había convertido China y su historia. No fue precisamente de la mano de mi padre con quien emprendí este viaje de iniciación. Mi padre, con su devota simpatía por el generalísimo Chiang Kai Sek y su amistad personal con él, había filtrado a su manera cualquier mirada sobre la China estremecida después de la Revolución Cultural. Sobre todo había creado en mí, su hija menor y discípula más asidua, inconscientes anticuerpos ante ese inmenso nuevo país que enrojecía más de la mitad del planeta con sus políticas abruptas, sin tapujos ni cuestionamientos. Modernización y comunismo de partido a toda costa.

The crippled tree fue escrito en inglés el año que yo nací, en 1965. Es el principio de una autobiografía que tendrá tres tomos pero que involucra una detonación tan pero tan estremecedora, que logra que la semilla plantada por esta euroasiática (asumo que no solo en mí, sino en otros fértiles lectores) va a dar a luz un descomunal árbol del tamaño de China y sus antagonismos.

Este artículo pretende ser puramente informativo sobre la vida y obra de Suyin. Los datos expuestos aquí han sido, en su mayoría, artículos compilados de la web, de mis extensas lecturas de sus libros, del seguimiento a entrevistas que le hicieron durante 20 años más el resultado de mi larga investigación (casi boquiabierta) sobre ella y su obra a través de este tiempo.

Además, con esta reflexión trataré de explicar a grosso modo que mi simpatía y dolor por China llegaron con Suyin más que con Confucio. Ni del tao, ni Lao Tse, ni Lin Yutang, menos de las explicaciones o historias de mi padre, ni de la Ópera China, ni del dolor de mi abuelo materno Hakka migrado al Perú a principios del siglo XX en condiciones tan paupérrimas que yo acababa temblando o casi en llanto. China y sus implicancias llegaron a mí del espíritu aguerrido, sanador, transparente y sin ruidos de Suyin. Cada vez que mi mamá repetía esa travesía y ese encuentro de mi enjuto antecesor en Puerto Etén con las primeras maldades de la nueva tierra, yo quería correr de mis propias raíces y más de una vez no me faltó vergüenza al sentir tan poco orgullo y fortaleza de mis ancestros ante las dificultades que les presentaba la vida en la costa norte del Perú.

Me interesa hacer visible su importancia como escritora, ser humano y médico en la correlación de países y el gran trabajo de vincularlos explorando límites e introduciéndose entre ellos hasta generar una visión entre Este y Oeste que no sea contrariada o provoque demasiados conflictos, sino complementaria. Suyin logró esto no sólo a través de sus historias y la ficción, sino de su paso por diferentes territorios y banderas, sus amores y su inmensa pasión por China como continente, fuente de inspiración y desasosiego. Pero, como el extremo de una cuerda o lazo que tiene un mundo por descubrir al otro lado, China no fue representada como una cápsula encerrada en su majestuosidad o desgracia, sino como un enorme punto de partida -o un paraje final- de donde nacen las primeras monstruosidades y emergen maravillas o son el puerto hacia donde se quiere llegar.

“Han Suyin”, su seudónimo o nombre de escritora no la escudó o escondió en una misteriosa personalidad exótica sino que le sirvió para asumir esa parte de sus ancestros chinos que su nombre Europeo no le permitía desarrollar. Se casó tres veces y tuvo importantes relaciones que le permitieron escribir y plasmar a través de una narrativa lírica lograda y bella, paisajes, espacios y construcciones casi alquímicas de la impronta china. Aunque en alguno de sus libros pareciera que sus amantes y la pasión amorosa fueran el Leitmotiv para su expresividad; considero a estos más un canal que la lleva a ahondar los profundos problemas de China. Sobre todo en relación a su epistemología como  humano, golpeada por potencias más fuertes como Inglaterra en la época de la colonización o la inolvidable guerra sino-japonesa (que hasta ahora es tema de cruentas alegorías, encendidos diálogos, o significa un apretar en la llaga honda y terrible que no quiere acabar de curar). Quizás Suyin devela suavemente esa frustración en su mirada hacia una China incapaz como nación de enfrentarse a sus detractores, sus invasores o las miradas poco comprensivas, a la dificultad de gestionarse el paso a la apertura de sus tantos mundos hacia sus vecinos o la mirada ambiciosa de otras fuertes potencias geográficas o financieras.

La escritura de Suyin fue prolífica, variada, multifacética, políglota desde su concepción hasta las necesidades estéticas de su erudición y substancia. Plasmó como ninguna otra escritora de su tiempo, al margen de su nacionalidad e inspiración, un trabajo de colosal envergadura.

Gran parte de su trabajo ha sido autobiográfico porque escribió con su cuerpo ese “ir y venir” de rio y pájaro sin ruido hacia China. La distancia necesaria de una amante constante que nunca caduca ni capitula, sino que se aleja y se acerca para saber observar el objeto amado desde ángulos diversos, con idiomas y lentes cambiables, pero con un corazón que sangró de pasión esplendorosa desde su concepción como hija predilecta de una sabiduría milenaria hasta su muerte en Lausana, Suiza.

Ella diría en una entrevista, “Hace 800 años que mi familia viene amando China“. Quizás ese amor traducido en sus novelas es lo que consiguió mi admiración por su escritura y me llevó a sostenerme en ella como caballito de batalla. Suyin no se muestra totalmente China, sino una visionaria entremezclada con el devenir de ese país. Por el contrario, su pasión por el objeto amado no la arrastra a la perdición de la política y la crítica simple, observa sus graves defectos, a las equivocaciones de sus instituciones y las maldades sociales, sino que ella sostenida en un europeísmo que no la autoindentifica, sino la que se centra en la percepción, no se deja asfixiar por nada y sale ganadora de esa contienda de fricciones culturales y pedagogía popular, desde un aprendizaje de  su propia mirada hasta la formación de un lector y una opinión congruente  sin  maltratarse ni maltratar a nadie.

La salud mental y la distancia con la que Han Suyin escribe su China incluyendo su participación tanto de protagonista como de observadora son particularmente cordiales. Sobre eso su responsabilidad de haber trabajado como partera, haber sido una gran  amante, y una mujer con estilo sin igual, significaron para mí, como tusán, una tabla de salvación en las removidas aguas, donde el taoísmo, los libros magistrales de los políticos chinos, sin ningún atisbo de respeto por su estética o por una real politik, nunca calaron. Mejor soy nada, pensé muchas veces: ni china, ni peruana, ningún nombre ni ninguna patria. Con pereza de perdedora, me dije “A demás ya todo lo dijo Su yin en sus más de 12 libros, entre novelas y ensayos, que llegaron de manera contundente a llenar un inmenso vacío en los anales de la literatura china y universal”.

Pero el proceso histórico y la consciencia del actor personal continúa, y la toalla de escritora me ha sido devuelta para develar las marcas que llevo en mi.

Suyin se convirtió en la escritora que provocó este acercamiento a la tierra de mi padre y de mi abuelo materno con gran ternura y belleza. Esta escritora euroasiática podía sentir en varios idiomas, sin caer en ningún extremo como el nacionalismo ciego, apasionada por China y vehemente con Europa sin decirlo. Es decir escribió con la razón y la estética europea, con una fragilidad que solo las letras fraguadas del francés y el inglés crean en la arquitectura de un corpus poético, pero las iluminó con la cadencia y flexibilidad chinas: esa ha sido su gloria.

Suyin ha sido siempre una mujer china universal, esa integración de mundos la convirtió en una maestra y en herramienta. En todos sus años de escritora no sucumbió a poses fáciles, a tamices baratos, sino que sus arduas horas de estudio, sus viajes, sus investigaciones y su amor a la humanidad hicieron de ella una gran mujer que trajo luz al mundo de diferentes torres aunque el viento amenazara con derrumbarla. Trajo vidas biológicas desde su sabiduría médica. Como partera, constituyó inspiración en vidas espirituales para lectores cercanos y lejanos.  Aunque suene a cliché, los amó. Suyin amó a los chinos, al pueblo, a los jerarcas, a los campos, a las carreteras y a los potajes, a la compleja dimensión de su vulnerabilidad y sus límites, en sus enfermedades y derrotas. Eso la hace doblemente joya, doblemente flor herida y violenta,  como nunca su trabajo debe ser difundido a las nuevas generaciones de chinos y sus descendientes  que están siendo cultivados desde el consumo fácil y el dinero que llega a sus cuentas sin saber que aún hay esclavos invisibles de la gran máquina capitalista y como diría el poeta Santiagochuqueño: hay hermanos, muchísimo que hacer.

 

 

 

 

 

En Lausanne Suiza, con su último esposo,

 

 

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