El don de la palabra

El don de la palabra

Francisco Nájar
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Durante el mes de noviembre, quien escribe participó en el concurso anual taiwanés de oratoria en chino para estudiantes internacionales, donde obtuve una participación destacada. Esta satisfactoria experiencia hizo recordar un cuento tradicional chino del Periodo de Primaveras y Otoños que tienen al filósofo Mozi como protagonista. A continuación, la fábula:

 

En una ocasión, Ziqin se presentó ante Mozi y le dijo:

—Realmente admiro a aquellas personas que tienen el don de la elocuencia, que, al ofrecer un discurso, tienen buena pronunciación y saben expresar sus ideas claramente. ¡Es realmente sorprendente! Por el contrario, yo, cuando me encuentro frente a un público, a menudo me siento temeroso y renuente a pronunciar palabra alguna, y ¡pobre de mí! cuando me veo forzado a hacerlo, lamentablemente no logro comunicar mis ideas con claridad. Maestro, ¿podría enseñarme algún método para mejorar mi habilidad para hablar?

Mozi respondió:

—La elocuencia no es en absoluto la habilidad más importante. Muchas personas que alcanzaron grandes logros durante sus vidas no fueron grandes oradores. Todo lo existente surge de la interacción del cielo y la tierra, ¿alguna vez la naturaleza ha pronunciado palabra? El Sol y la Luna que iluminan todo bajo el cielo se encuentran en constante silencio. Las flores no hablan, pero ello no disminuye su belleza. Los árboles no hablan, pero ello no reduce su utilidad. Incluso si una persona domina el arte de la oratoria y argumenta con aparente éxito que lo blanco es en realidad negro, ¿Acaso cambia aquello la realidad objetiva de las cosas? Las meras palabras no pueden distorsionar la realidad.

Ante esta explicación Ziqin replicó:

—Tiene toda la razón, maestro; sin embargo, la habilidad de hablar con asertividad es muy útil. ¿Cómo podría fortalecer este aspecto en el que soy tan incompetente?

A lo que Mozi contestó:

—Dado que insistes en formular esta pregunta, puedo explicártelo con un ejemplo. Observa a esas ranas y mosquitos, no hay instante en el que guarden silencio, los sonidos que emiten no solo no tienen utilidad alguna, más aún, exasperan los ánimos de quienes los escuchan. Por otro lado, el gallo jamás cacarea arbitrariamente, por el contrario, reserva su poderoso canto para el amanecer. Así, cuando las personas escuchan el canto del gallo, inmediatamente se levantan de la cama y empiezan sus actividades del día.

Complacido con esta respuesta. Ziqin concluyó:

—Maestro, lo he comprendido. Hablar únicamente cuando hay algo que deba decirse, caso contrario, guardar silencio.

 

Esta breve historia nos hace reflexionar sobre el valor del silencio y de la palabra dicha en el momento adecuado, una característica fundamental en las posiciones de liderazgo. A su vez, esto me recuerda a un fragmento de Las Analectas, que viene a continuación:

El maestro dijo: “ya no quiero hablar más.” Zigong preguntó: “maestro, si tú no hablas, ¿Cómo podremos, pobres de nosotros, ser capaces de transmitir enseñanza alguna?” El maestro respondió “¿Acaso el cielo habla? Sin embargo, las cuatro estaciones siguen su curso y las cien criaturas continúan naciendo. ¿Acaso el cielo habla?[1]

Confucio restaba así importancia hacia las explicaciones orales y resaltaba el poder que el comportamiento propio tiene como medio educativo. En la tradición china, la verborrea incontenible podía ser vista como un indicio de incapacidad. Después de todo, aquel que se sabe experto en alguna actividad, la ejecuta sin retrasos, completa su cometido y se retira. Como dice Laozi, “el que habla no sabe, el que sabe no habla”.[2]

Mozi, Confucio y Laozi al menos en este respecto, coincidían. Procuremos pues, hacer uso de la palabra en el momento en que es debido, evitar la palabrería que no dirige a ningún lado y, sobretodo, enseñar con el ejemplo.

[1] Analectas 17, 19

[2] El Clásico del Camino y la Virtud, capítulo 56

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