Artes de toros
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Ellos practicaban magia,
sabían que su sangre se confundiría con los
cuernos y vísceras de los pulpos engendrados en Cádiz
Las mujeres bailamos en la plaza
Levantamos hacia el cielo el pubis
Las provincias españolas quedaron distantes
asentadas bajo las gotas del sacrificio animal
Despertaban con tambores lejanos al norte del Perù.
Pregonaban otro mar con una fortaleza de piedra almíbar
Nunca estuvimos en medio del ruedo
No nos habían crecido cachos para defendernos del enemigo
Las ubres se llenaban de leche tibia
Y el sol se apiadaba de nuestros cuatro estómagos
Ellos rumiaban nuestro amancebamiento y al salir del redil sagrado
Conteníamos la respiración de seres apabullados
Los toros pisaban las flores
Sin saber
Que había vida en sus pétalos.
Confiaban
Que sus encéfalos seniles
Protegerían las estirpes jóvenes
Las terneras llenas de océano y gracia
habían agriado nuestra leche
Ya no éramos esas cuadrúpedas reproductoras
Desde su peso y enormes ojos vagabundos buscando un punto ciego.
Ellos pesaban tanto como un diluvio destructor de bosques
Nosotras nos ensanchamos como el camino que ellos humillaban
asi sucedieron tantos días y noches estirando la lengua
Hasta que alguna potra vecina rompió la tranca
Y todas acabamos saltando locas al mar
Nuestra domesticación había terminado
el agua salada se llenaba de saliva almacenada por siglos
Alguna de nosotras fue la que se percató en la conversión
Cuando la cabeza zambullida entre una ola y la luz de un faro
volvía a respirar
palabras de anís y frio irrumpían en la superficie
Algo sucedía en esa heredad desconocida
La gran transformación de pieles y exigencias por alimento
Nuestra cola maternal espantando las moscas
Se cambió por un pelaje dorado color del sol
Nos volvimos verbo negro y nuestro peso disminuyó para levantarse como espuma
del cáñamo.
No había estirpe, ni genealogía
Solo una sutura finísima
Cubría heridas de las ubres maltratadas, unos objetos transparentes.
(las manos de los mercaderes de leche
que estiraban los pezones hasta hacerlos sangrar enfermaron con artritis)
La leche de pronto era el rio de una ciudad de miel y berenjena
Los libros se abrían en las páginas exactas donde cada ojo de vaca leía
el párrafo preciso para entender el camino hacia una iglesia
Un bebedero de agua dulce
O un espacio donde el mundo interior era tan venerable como la mirada
A la vaca próxima
ninguna fue vista como un ser superior
Sino un cuerpo del que aprender y todas éramos altar conde dejar algo aprendido.
Si, después vino ese enorme huracán del 8 de marzo.
Se destruyó el litoral como lo conocían los toros hasta entonces
La misma naturaleza formó surcos y escuadras para protegernos
de cualquier vendetta.
Supimos luego que el remanso y el silencio llegarían
Donde la pezuña no patea.
Algunas ubres como la mía, quedaron heridas, a otras se las cortaron por completo.
Madrid 8 de Marzo del 2020.
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