Cuando las cosas no resulten como desea, recuerde al Tao

Cuando las cosas no resulten como desea, recuerde al Tao

Francisco Nájar
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Con frecuencia, al enfrentarnos a las incertidumbres de la vida, los seres humanos somos proclives a catalogar un evento como perjudicial, como nocivo y asumimos que acarrea nada más que desdicha y tristeza. A menudo nos descubrimos albergando reclamos mentales del tipo “¿por qué me tiene que pasar esto a mí?”, y no son pocas las veces en las que, coléricos o con el corazón afligido, pronunciamos estas palabras en la soledad de nuestras casas o habitaciones. En esta oportunidad, amable lector, quisiera compartir con usted la visión que tiene el taoísmo respecto a las tragedias y los eventos felices que se suscitan uno tras otro en nuestras vidas.

En el libro del “Huainanzi”[1] que contiene conceptos taoístas, confucianistas y legalistas, se presenta este cuento de matices profundamente taoístas y que ha pasado a formar parte del lenguaje chino cotidiano. El cuento se titula “El anciano de la frontera perdió su caballo, ¿cómo saber si ello no es un hecho venturoso?”[2]

En el pasado, cerca de la frontera septentrional, vivía un hombre experto en la crianza de caballos. Todos lo llamaban “anciano de la frontera”. Cierto día, un caballo del anciano escapó de la caballeriza y atravesó los límites, adentrándose en los territorios habitados por los grupos étnicos norteños. Al enterarse de la noticia, los vecinos se presentaron ante él para consolarlo y mitigar su pena; sin embargo, para su sorpresa, el anciano no estaba en absoluto triste, al contrario, sonriendo, les dijo:

-El que mi caballo se haya extraviado, ¿no será acaso un hecho venturoso?

Luego de unos meses, aquel caballo perdido regreso a la caballeriza y, además, trajo consigo un corcel criado por las etnias norteñas, famosos por su velocidad y fortaleza. Al enterarse de la noticia, los vecinos del anciano se presentaron ante él para felicitarlo y compartir su alegría. Sin embargo, para su sorpresa, el anciano, frunciendo el ceño, les dijo:

-El haber obtenido este corcel norteño, ¿no será acaso una tragedia?

El anciano tenía un hijo al que le gustaba mucho montar a caballo. Cierto día, el hijo decidió cabalgar en el corcel norteño y, en un descuido, cayó al suelo rompiéndose una pierna. Al enterarse de la noticia, los vecinos del anciano se apresuraron nuevamente en llegar a su casa para consolarlo y disminuir su desdicha. No se esperaban, sin embargo, que el anciano les respondiera con gran calma:

-El que mi hijo se haya roto la pierna, ¿no será acaso un hecho venturoso?

Los vecinos quedaron perplejos, estaban convencidos de que el anciano, producto del sufrimiento que suponía la discapacidad de su hijo, se encontraba en un estado de confusión mental.

Unos años después, las etnias norteñas invadieron la nación, como consecuencia, todos los jóvenes fueron reclutados de grado fuerza al servicio militar y obligados a participar en la guerra. Debido a la bravura y destreza de las etnias norteñas, la mayoría de los jóvenes reclutados perecían en combate; sin embargo, ya que el hijo del anciano de la frontera tenía una pierna rota, se vio exonerado del reclutamiento, y en consecuencia pudo gozar de una larga vida en compañía de su padre.[3]

 

¿No ha experimentado en su propia vida, estimado lector, este principio taoísta? Por ejemplo aquel pequeño inconveniente que tuvo en la mañana antes de salir a su centro de trabajo o de estudios y que como consecuencia lo vieron envuelto en una serie de eventos afortunados en los cuales no hubiera formado parte de no ser por esa primera demora; o aquella otra vez, en la que tras habérsele negado una oportunidad académica o laboral por la que trabajó muy duro se le presentó otra mucho mejor, a la que no hubiese tenido acceso de no haber perdido la primera; o de aquellos lectores que han sobrellevado una enfermedad, tras haberse curado, ¿no fue el período de sufrimiento que vivieron la razón por la que mejoraron sus hábitos diarios en cuanto a alimentación, descanso, ejercicio y fortaleció su relación con familiares y amigos y, en consecuencia, resultaron en una vida más plena? Posiblemente aquellos progresos no hubieran ocurrido de no haberse encontrado primero en la desdicha que supone la enfermedad. ¡Tantos son los ejemplos que ocurren a diario sobre la dualidad de la buena fortuna y la tragedia!

En el capítulo veintitrés del “Clásico del camino y la virtud”[4] , obra atribuida a Lao Zi, se lee: “Una tormenta no dura toda la mañana, un aguacero no dura todo un día”[5]. No hay, pues, tragedia que no llegue a término. Todo sufrimiento ha de parar, la única verdad permanente de este universo es que todo es impermanente, todo cambia. A menudo, los infortunios traen consigo alegrías que solo se revelan tiempo después, quizá años, décadas después. En el discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura del Año 2012, Mo Yan cita al “Clásico del camino y la virtud”: “La tragedia es de lo que depende la buena fortuna. En la buena fortuna está escondida la tragedia”[6], para relatar, acto seguido, cómo este principio taoísta se reflejó en su vida: “Durante mi infancia padecí los sufrimientos de tener que abandonar la escuela, la hambruna, la soledad, y la falta de libros, pero fue por estas razones que, como el escritor de una generación anterior, Sheng Congwen, tuve un inicio temprano en la lectura del libro de la vida.” Y líneas debajo concluir: “Ni en sueños hubiese imaginado que algún día estas experiencias se volverían en material para mis obras”.

Los seres humanos nos apresuramos a catalogar los eventos que nos ocurren como buenos o malos, como positivos o negativos, como beneficiosos o perjudiciales. Cuán osados e ignorantes debemos mostrarnos en aquellos instantes ante la mirada del individuo que ha abrazado ya el Gran Uno, nuestra capacidad de conocer la naturaleza de un evento está limitada al espacio que podemos conocer y al instante en el que emitimos tal juicio ¿No será un evento desafortunado en su vida el inicio de una enorme alegría posterior? Cuál es la prisa, pues, en etiquetarlo todo. El desgaste de nuestra mente es grande e innecesario.

¡Procuremos vivir, pues, sin afligirnos demasiado por los infortunios que nos arroja la vida!, y tampoco celebremos excesivamente la buena fortuna. Todo es impermanente, todo vuelve a su opuesto, alegrías y tristezas son dos caras de la misma moneda. Aprendamos a vivir con calma, con sosiego, cayendo en la cuenta de que todo es cíclico, todo es uno. Y cuando uno se ha identificado con el Uno, cuando el individuo se hace uno con el universo, cae en la cuenta de que todo está bien.

Francisco J. Nájar Ramal

 


樊博聞

2018/03/11

[1] 《淮南子》

[2] En chino「塞翁失馬,焉知非福」

[3] 《淮南子•人間訓》:「夫禍福之轉而相生,其變難見也。近塞上之人,有善術者,馬無故亡而入胡,人皆吊之。其父曰:『此何遽不為福乎?』居數月,其馬將駿馬而歸,人皆賀之。其父曰:『此何遽不為禍乎?』家富良 馬,其子好騎,墮而折其髀,人皆吊之。其父曰:『此何遽不為福乎?』居一年,胡人大入塞,丁壯者引弦而戰,近塞之人,死者十九,此獨以跛之故,父子相保。 故福之為禍,禍之為福,化不可極,深不可測也。」

[4] 《道德經》

[5] En chino 「飄風不終朝,驟雨不終日」

[6] En chino「禍兮福之所倚,福兮禍之所伏」 “Clásico del camino y la virtud”, capítulo 58.

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