Dos escenas y un epílogo para Julia
- Un año sin Julia - 20 marzo, 2025
- Julia y sus dobles - 20 marzo, 2025
- Dos escenas y un epílogo para Julia - 15 marzo, 2025
Escrito por:
Hernán Hernández Kcomt
Artista visual y poeta
Testimonio leído el 13 de marzo de 2025 en el evento Bocetos para un cuadro de Julia Wong organizado por el Festival de Poesía en Chepén Chepén, la Asociación Cultural Tusanaje-秘从中来 y la Casa Cultural Tierra Baldía en conmemoración del primer año de la partida física de la escritora.
Muchas cosas me unían con Julia. Desde el culto por la poesía y la fotografía, hasta el apellido materno, pues Julia y yo éramos familia de la misma manera remota en que todos los Cam provenientes de la tierra de Sun Yat-sen se consideraban familiares entre sí, sobre todo en el adverso contexto de la caída de un Imperio y de una migración.
Es decir, para mí Julia era una tía lejana (aunque ella me presentara siempre como su primo, convenientemente). Lejana en cuanto a consanguineidad, pero también en cuanto a los continentes u océanos que nos solían separar. Lejana porque nuestras interacciones fueron relativamente escasas, aunque no por ello poco importantes. Por ello, las siguientes líneas son un intento de conocerla desde la distancia y desde lo que nos unió, es decir, la poesía y la fotografía; pero sobre todo, desde nuestra herencia como productos de una migración que se inició como acto de supervivencia, continuó como laboriosa conquista económica y culminó en una búsqueda intelectual en pos de un sentido de origen y pertenencia en un mundo muy diferente al de nuestros padres y abuelos.
ESCENA 1
Es el año 2011 y el colectivo traquetea entre los arenales que nosotros, los liberteños, denominamos generosamente como El Valle. Pasan las horas más calientes de la mañana y voy con mi madre –quien me heredó el culto por la literatura– a la última fecha de una de las primeras ediciones de Poesía en Chepén, evento organizado por Julia Wong, la prima extraña, aquella que siempre anda viajando, la hija de Guillermina, acuérdate, la ahijada de matrimonio de tu abuela.
Llegar a Chepén es, para mí, un desencanto. Es llegar a la tierra de origen de mi madre, pero es a la vez llegar a una región luminosa y polvorienta. Como escribía Julia en los 2000s, “un paisaje tan seco, tan poco importante y sin lluvia que yo percibía como árido y cruel”. Llegar al mismo evento es también, en primera instancia, un desencanto: el público está constituido básicamente por los mismos poetas que ya hablaron previamente, más algunos chicos que apoyan en la organización. Tras el honesto y a la vez mezquino eco de los aplausos, percibo que el público, al final, solo somos mi madre y yo. Y, si lo pienso bien, es un lujo. Ahí arriba está Denisse Vega Farfán, leyendo todavía los versos de Una morada tras los reinos. A su lado un concentrado Willy Gomez, un poco más allá, ya entre el público, Cecilia Podestá y Michael Jimenez; así como algunos poetas uruguayos de quienes he olvidado el nombre. Lo primero que pienso al verlos es en lo que costó traerlos, en el aparente absurdo de hacerlos cruzar el continente para terminar en un pueblo desértico en el que el público es tan fantasmal como los recuerdos que oía de mi madre. ¿Era un capricho de la prima de vida itinerante? ¿Era solo un impulso más de la mujer que había publicado tantos libros que necesariamente debía escribir y vivir de forma tan apasionada que no reparaba en las consecuencias?
Antes o después del evento recorrimos la casa de Julia. Pude observar, tras una puerta semiabierta, a su madre enferma, la tía Guillermina, ya postrada en cama en un dormitorio de paredes de quincha pintadas de rosado. Sobre ella, los retratos de los abuelos paternos de Julia, los Wong, dibujados con la misma firmeza con la que se escribían los caracteres chinos un poco más abajo. Poco después, fuimos al Cheng Lhin Club, el antiguo punto de encuentro de los chinos migrantes y de sus primeros hijos, cuyas paredes se encontraban empapeladas de retratos y fotos grupales de la época. Un Chepén que ya no existía más. Mis abuelos, como tantos otros, habían dejado el pueblo durante la década del 60’. ¿Dónde se encontraban ahora los chinos de Chepén?
Chepén, durante la primera mitad del siglo XX, fue quizás la ciudad más poblada por los migrantes cantoneses en la costa norte del Perú, pues ellos habían innovado el cultivo de arroz para las haciendas de la zona. Así, el pueblo que casualmente se encontraba ubicado entre estas haciendas, se constituyó en el punto de encuentro semanal entre los productores de arroz. De esta manera, cuando un migrante lograba escalar dentro de los cargos de la hacienda, o cuando había vivido muy frugalmente a lo largo de varios años y lograba reunir un cierto capital, se independizaba y ponía luego algún negocio en la zona. Esa era la historia de mi abuelo Kam –ahora Kcomt– y de tantos otros migrantes.
Guillermina, precisamente, la madre de Julia, que ahora dormitaba pesadamente frente a mí, compartía esta historia de penalidades. Su padre, Santiago Kcomt, muy amigo y “primo” de mi abuelo, había llegado de once años al Perú. Ilusionado porque había escuchado que en América el oro estaba tirado por las calles, partió de China justo cuando caía el Imperio y se cortó la tradicional trenza china durante su travesía por el Pacífico. Ya en Perú tuvo una primera hija, a la que bautizó precisamente como América. Luego a una segunda, Guillermina, y posteriormente a dos hijos más. Poco tiempo después la madre murió y, mientras el padre buscaba trabajo por las diferentes ciudades de la costa, los niños fueron encargados a unos amigos en Monsefú. Allí, mientras dormían en esteras y comían con las manos, aprendieron de las delicias de la comida peruana pero también de los rigores para poder conseguirla. Años o meses después, cuando el padre regresó, los niños eran ya más peruanos que chinos. No habían ido al colegio y recién cuando Guillermina consiguió mucho tiempo después un puesto como secretaria, fue que pudo, escapándose muchas veces del trabajo, asistir a clases para aprender la matemática que le sería tan importante en su posterior faceta de negociante.
Esta faceta se inició con un perfecto Deus ex machina de la épica emprendedora: Guillermina, junto a una amiga, compraron un billete que resultó ganador de una lotería de la zona, lo que le permitió el capital inicial para independizarse y poner ella también un negocio propio. Con su padre, decidieron imitar a otros comerciantes de la región y comenzaron exportando tara. Luego, reunieron dinero e importaron especias como la canela. Era un descubrimiento de América por su cuenta.
Luego exportó frijol loctao y fue construyendo así su propio imperio desde el hambre y el polvo. Tanto es así que, cuando su esposo Juan Wong decidió volver a China y llevarse consigo a su familia, Guillermina se rehusó. No por nada había cultivado todo esto. “Mi madre comprende a las piedras y habla con los frijoles” decía Julia en el poemario el Último Blues de Buddha. “She is a girl, a bee, una hormiga”. “Es un triunfo de la nostalgia”. Ese triunfo de la nostalgia, precisamente, es para mí Poesía en Chepén. No un capricho, sino un regreso al origen, a la identidad que debió crearse desde los rigores del desierto, desde la precariedad y la nada. Un regreso a la madre postrada que terminaba de secar sus últimos años sobre el camastro mientras era besada en la frente por Julia.
ESCENA 2
Es el año 2017. Han pasado 6 años y voy de camino a casa de Julia para un proyecto que no se concretará. Está organizando una exposición fotográfica sobre la migración china y quiere que yo sea el curador, pero sus ambiciones me parecen desmedidas, considerando el tiempo y las fotografías que tenemos. Desea retratar a la vez la migración china en Panamá, en México y en Los Ángeles. Le comento lo difícil de la tarea y no habremos de llegar a un acuerdo. En el futuro recordaré que alguien me dijo que quien no había discutido nunca con Julia, no podía considerarse un amigo suyo.
Ahora, en pleno 2025 mientras releo sus poemarios y novelas y hablo con familiares y conocidos, me es imposible no relacionar este impulso a hablar de lo chino en el mundo, con la figura que probablemente más aparezca a lo largo de la literatura de Julia: Juan Wong, su padre, el miembro de una familia terrateniente allá en Pun Yi, el migrante reacio, el nacionalista impetuoso que nunca aprenderá del todo el español como un símbolo de distinción. Mi abuelo y la mayoría de chinos de Chepén lo veían como un personaje soberbio, distinto a los demás incluso en su inclinación política, pues permaneció siendo miembro activo del Kuonmintang incluso después de la victoria de Mao.
Su origen era, pues, diferente al nuestro. Él no era un sobreviviente. Era, dentro del naufragio de un Imperio, un aristócrata orgulloso de sus raíces. Como escribía Julia: “yo me había creído que mi padre era un rey”. Un rey que estaba por encima de las minucias económicas de la vida cotidiana, que pasaba su día leyendo y discutiendo sobre política; y para quien la admiración por la poesía tradicional china era el mayor legado que podía dejar a su hija predilecta, a quien como relata la misma Julia en Pessoa por Wong, incluso le asignó un nombre inventado en chino: Ling Sui, que quiere decir Espíritu del Libro.
El fracaso de algunos negocios debido a la Reforma Agraria, brindarán el pretexto perfecto para volver a China a este nostálgico obstinado, aunque fuera del alcance de la Revolución Cultural. En Macao, un espacio intermedio entre Oriente y Occidente, en el que las costumbres chinas se mezclaron con el portugués a lo largo de más de cuatro siglos, esperará a su familia como quien observa la llegada pausada de las olas. Y será en esos viajes de visita –conjeturo– que se encuentra el origen de la itinerancia de Julia. El padre originario de una China que ya no existía, que se asienta en una isla que es su país pero que tampoco lo es del todo, es la sombra tras la figura trashumante de su hija, cuyos poemarios son muchas veces la bitácora de una persona sin tierra, en el que las ciudades se despliegan vertiginosamente como postales vacías.
Antes de morir, el padre utilizará su fortuna para construir bibliotecas en Macao y ya en la China de Deng Xiao Ping. Las exposiciones fotográficas de Julia, realizadas también en China, el ímpetu y la ambición por los que ella y yo no nos pudimos poner de acuerdo, me queda más clara conociendo ahora a su padre impetuoso y velado por el misterio. Una amiga de la familia me dijo con voz queda: se decía de él que podía mover objetos únicamente con la voluntad de su mente.
EPÍLOGO
2023. A veces vemos a una persona sin saber que será la última vez.
No fue así en este caso. Fue durante la presentación de un libro sobre fotografía peruana en una librería local que la vi por última vez. Y lo supe.
Llegó a mitad de la presentación, caminó por la parte trasera, casi evanescente dentro de unas ropas muy sueltas para disimular la delgadez del cáncer que la aquejaba. Se había negado a participar en persona en varios eventos, pero apareció esta vez, lejos de las luces. El color de su piel, que tanto había problematizado en su poesía, había adquirido un tono ya totalmente distinto. Era el color de la muerte, que yo conocía porque en mi familia también estábamos luchando (resistiendo, muriendo) contra el cáncer.
Se me acercó y hablamos. Tenía como siempre ese ímpetu al conversar, una energía que ni la enfermedad podía consumir del todo. La ropa colorida era parte de ese vigor que buscaba opacar, disimular o al menos maquillar un poco a la muerte.
No nos despedimos. Me preguntó por la familia y le conté que mi madre también estaba sufriendo con un cáncer avanzado. Quedamos callados. Ninguno de los dos se atrevió a dar palabras de consuelo al otro. Quizás porque el dolor y el temor eran muy grandes. O quizás simplemente porque eramos chinos y sabíamos que el tabú de compartir emociones solamente podía ser roto a través de la literatura. De los libros y la poesía con los que ahora la recuerdo.
Se marchó y supe que no la vería más.
¿Cómo citar?
Hernández Kcomt, H. (13 de marzo de 2025). Dos escenas y epílogo para Julia [Testimonio]. Bocetos para un cuadro de Julia Wong. Festival de Poesía en Chepén Chepén, Asociación Cultural Tusanaje-秘从中来, Casa Cultural Tierra Baldía, Lima, Perú.
Licencia
Creative Commons – Atribución – No Comercial – Sin Derivadas – Sin restricciones adicionales
Créditos de fotografía:
Walter Hupiu
No hay comentarios