El laberinto de los endriagos, de Hugo Yuen
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(Este artículo fue publicado en la página Web Las Críticas http://lascriticas.com/index.php/2019/10/01/el-laberinto-de-los-endriagos-de-hugo-yuen/)
Me da cierta vergüenza usar el término estupendo para analizar la novela ganadora del Copé de oro de 2017, es como pegarse al carro de los triunfadores sobando un poco el hombro. Por otro lado, Hugo Yuen es un escritor Tusán y encima arequipeño. Así que eso podría ser sospechoso, si escribo algo demasiado bueno, ya que pareciera que algo de ése éxito debería o supondría pasar al agua de mi estancado molino.
Pero estupendo, según su etimología, también significa merecedor pues proviene de eternizamiento y encajador, dos vocablos que están en desuso. Yuen se merece estas y muchas palmas por el trabajo exhaustivo tanto histórico como funcional al utilizar un lenguaje de eruditos para retratar dos cosas importantes: el paso del cura Apaktone en el microcosmos amazónico, (por lo tanto la mano de la iglesia que pretende eternizar al Dios creador) y el papel del escribidor a través de un alma genuina que escuche y oiga la naturaleza de la muerte, sus peripecias entremezcladas con la perspicacia de la aventura que es la vida.
La lectura de esta propuesta acabó convenciéndome de que el universo polifónico, tan difícil de contar, es la misma selva peruana pidiendo ser nombrada a través de sus mujeres, sus endriagos, sus laberintos, sus madrugadas, sus polvos, su Porfirio, sus cauchos, sus ríos, sus enanos, sus curiosos y sus indios. Por esto es que me arriesgo a llamar estupenda la caligrafía de Yuen, porque encaja como un espíritu fuerte, venido o salido del río que la misma Madre de Dios permitió hasta alcanzar una mano dúctil que va a escribir tremenda oda al erotismo real, a lo entripado de la jungla, a las palabras hispanas, mixturadas con dialectos selváticos, con armazón de cocodrilo, paiche y seres mitológicos, entreverando la historia del Perú con la historia de la humanidad, con silencios sepulcrales contra la mujer, otorgados y preciados por el hombre que le lleva de la mano o de la boca al placer más inconvencional, los que el hombre niega en la ciudad y en la iglesia, pero busca en la selva. Esa orgía perpetua de la selva laberíntica y sus aventureros, profesionales o peleles, negros, blancos o mestizos, niños, hembras o animales, que exigen para cada momento un dolor, una euforia y un sacrificio, por permitir mostrar a la luz de palabras antiguas pero actualizadas por la pluma de Yuen, la única sexualidad con valor en la historia de la creación: la plurilingüe, multiétnica, poliándrica y maternal.
Como amado por una madrastra, el buscador, el cauchero o el orero que quiere enriquecerse, solo se somete a la boca que masca el miembro palideciendo ante el orgasmo y el orgasmo no viene de oficinas, la academia o las formas anti parturientas de castrar el lenguaje porque asusta su simbolismo eclesial.
Más bien desmesurado, Yuen, reflejo de la selva que retrata, lo dice todo en cada paso por el laberinto que presupone una lectura atenta, un diccionario a la mano, un mapa del departamento de Madre de Dios, una cronología de huidas y expediciones. Como también presupone una cartografía étnica de habitantes en sus diversas dimensiones tribales, además de animales nunca antes descubiertos por un vademécum universitario o una histología avanzada para literatos crecientes en parajes menguantes, quienes buscan ser reconocidos por la alcurnia lectora y cabizbaja de una tierra indomable que no tiene perdón.
Dejo de lado todos los nombres de los personajes, me quedo con la imagen del griego, el negro Félix, Luchifer, el cura y sobre todo la Masca fierro y Goyita. Y a la Masca fierro le agradezco la presencia femenina, intensamente representada con el furor que el anagrama de atea me consuela, Dios su madre y su madrastra conviven en lo impenetrable de la selva del Perú.
Yuen, Hugo. El laberinto de los endriagos. Petroperú, 2017.
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